Thursday, March 19, 2020

leyendas de Puerto Rico








Leyendas de Puerto Rico 


Leyenda del Perro de Piedra

Leyenda del Perro de Piedra
En una zona que no se encuentra demasiado lejos del Castillo de San Jerónimo, podemos ver una estructura hecha de coral que, para quienes no lo sepan, ha sido punto de inspiración para muchos relatos puertorriqueños.
A este elemento se le conoce comúnmente como el perro de piedra. Cuenta la leyenda que el castillo era usado por los soldados españoles como fuerte para protegerse de los ataques de los piratas.
Generalmente había apostados ahí varios soldados, ya que los corsarios podían arribar en cualquier momento. Uno de los militares más jóvenes era un chico de nombre Enrique, al que sus compañeros querían y respetaban, debido a que su niñez había sido muy distinta a la de ellos.
Me refiero a que la mayoría de los militares, habían pasado gran parte de su adolescencia en colegios en donde se les enseñaban estrategias de combate. Sin embargo, Enrique era un muchacho que había labrado el campo hasta que decidió enlistarse en el ejército.
A menudo se le podía mirar sólo, recargado en una zona del castillo, anhelando encontrar a un compañero de aventuras.
Una tarde mientras caminaba por las estrechas calles de la capital portorriqueña (es decir, San Juan), unos chillidos llamaron poderosamente su atención. Desenvainó su espada y se enfiló hacia dónde se encontraba un callejón oscuro.
En el momento en el que estuvo lo suficientemente cerca, pudo notar que los lamentos provenían de un perrito que se encontraba herido de una pata.
– No te preocupes amiguito. Te llevaré a casa y pronto estarás como nuevo.
Así lo hizo y el can poco a poco fue recobrando su forma física. Luego de que se curaron las heridas del cachorro, éste seguía fielmente a Enrique a donde quiera que fuera.
Lógicamente eso provocaba que algunos de sus compañeros se burlaran de él. Inclusive, el general encargado de cuidar el castillo le cuestionó una vez:
– ¿Cómo se llama el perrito Enrique?
– Su nombre es Amigo, mi general.
Poco tiempo después, llegó una orden firmada por el rey de España en donde se indicaba, que era necesario que se enviaran a soldados a Cuba. Uno de ellos, fue precisamente Enrique.
Con lágrimas en los ojos se despidió de su amigo canino diciéndole:
– No te preocupes. Me voy sólo por unos meses. Regresaré antes de que te lo imagines. Mientras tanto, mis compañeros cuidarán de ti.
El barco del soldado zarpó y en ese instante el can se echó al agua y nadó hasta llegar a un arrecife de coral en donde permaneció hasta que perdió de vista el navío.
Desafortunadamente, la nave en donde viajaba Enrique, fue emboscada por unos bucaneros y todos los tripulantes murieron. No se hablaba de otra cosa en el Castillo de San Jerónimo, que no fuera aquella tragedia.
Por más extraño que parezca, de algún modo Amigo entendió que su amo no volvería nunca más a pisar tierras borinqueñas.
Fue entonces cuando el perrito se echó a nadar y regresó al arrecife de coral. Vale la pena destacar que permaneció ahí vigilante hasta que murió, recordando la última vez que había visto a Enrique.
La sal de mar y otros elementos naturales comenzaron a cubrir el cuerpo del can. Con el paso en los años, el coral también lo cubrió por completo, haciendo que su silueta permaneciera intacta.

Leyenda del Coquí

Leyenda del Coquí
Según la tradición portorriqueña, en algún momento de nuestra historia, el mundo era la suma de todo, hasta que el dios supremo Yocahú, tomó la decisión de separar de una vez y para siempre a la tierra del agua.
Algunos animales permanecieron en la superficie, mientras que otros migraron a lo más profundo del mar. Por su parte, otra deidad a quien los isleños conocen como Yukiyú había pasado gran parte de su vida planeando la manera de recrear el paraíso.
Luego de muchísimo esfuerzo, formó a la «isla del encanto» y de inmediato comenzó a llamar a distintas especies para que la poblarán. No obstante, una de sus mayores preocupaciones era que no encontraba a la criatura idónea que le sirviera como guardiana de aquel lugar.
Llegó a un punto en el que casi desistió de esa idea y pensó en dejar a la isla como las otras que ya existían en la Tierra. Sin embargo, en ese preciso momento escuchó el canto del Coquí, una ranita pequeña de ojos negros, a la que le encantaba ocultarse entre las hojas de plátano para no ser vista por los depredadores.
– Ven pequeña, no tengas miedo. Esta isla es tuya. Protégela y cuídala. Mencionó Yukiyú.

El pozo de Jacinto

El pozo de Jacinto
Jacinto era un pastor muy celoso de su trabajo. Por esa razón, el dueño de una de las haciendas más importantes de Isabela, le había encomendado que cuidara y protegiera a su ganado.
Se podría decir que ese trabajo era bastante sencillo, ya que las vacas casi nunca le daban ningún problema. No obstante, había una que invariablemente era muy inquieta y se escapaba del redil con suma facilidad.
Esta situación enfurecía a Jacinto, pues había veces en las que regresaba a su hogar a altas horas de la noche, debido a que no podían encontrar rápidamente a la vaca y debía buscarla en las haciendas vecinas.
Una tarde el cielo se ennegreció de repente y el pastor pensó que era el momento preciso de llevar a sus vacas de regreso a la hacienda. Algo que no hemos mencionado hasta el momento es que, desde hacía un tiempo, siempre llevaba a la «res rebelde», atada a su brazo con una fuerte soga, para evitar que se volviese escapar.
De pronto, la tierra se iluminó con una luz muy fuerte y enseguida sobrevino un sonido estruendoso. Dicho trueno hizo que la vaca saliera despavorida sin control, arrastrando al pobre de Jacinto por todo el lugar.
El animal jamás se calmó y continuó corriendo hasta que arribó a un acantilado y dado que el terreno se encontraba flojo por la lluvia, resbaló y tanto la bestia como el pastor cayeron al acantilado perdiendo la vida al instante.
Mientras tanto, a la mañana siguiente el hacendado gritaba sin cesar:
– ¡Jacinto! ¿Dónde estás? Tráeme mi vaca ahora mismo ladrón.
Al no recibir respuesta, el hombre se fue caminando hasta que llegó a la orilla del acantilado. Ahí pudo escuchar la voz de un hombre y los mugidos de una vaca.
Se asomó y vio sorprendido que los restos del animal y del pastor habían caído dentro de un pozo de piedra. Sin prestarle atención al hecho de que los lamentos que había oído antes, provenían justamente de los espíritus de estos, dio marcha atrás y regresó a su hogar, maldiciendo al campesino que le había hecho perder a una de sus reses por descuidado.
A partir de ese momento, la leyenda dice que cualquier persona que se acerque al pozo y grite al menos tres veces ¡Jacinto, quiero mi vaca! Hará que el mar se enoje y el espíritu del campesino comience a perseguirlo.

Leyendas de Puerto Rico de Terror

Leyenda de la garita del Diablo

Leyenda de la garita del Diablo
Entre las docenas de mitos y leyendas de Puerto Rico, hay uno que no puede faltar en las recopilaciones. Obviamente estamos hablando de la leyenda de la garita del Diablo.
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Hace varios siglos, los pobladores de la ciudad
de San Juan eran frecuentemente atacados por barcos piratas. Esto hizo que las autoridades construyeran varias torres de vigilancia, mismas que fueron colocadas en zonas estratégicas de la muralla que protegía esa localidad.
A esas torrecillas se les conocía comúnmente como garitas. Por cierto, un método que tenían los militares para evitar dormirse durante sus guardias, era que cada hora uno de los soldados gritara:
– ¡Soldado! ¿Estás alerta?
– Alerta estoy. Respondía el más próximo.
De entre todas las garitas, había una que se hallaba en la zona más solitaria de la muralla. Esta era resguardada por el soldado más valiente (por cierto, de apellido Sánchez) al que sus demás compañeros apodaban como «flor de azahar».
Los pétalos de la flor de naranjo son blancos y justamente le otorgaron dicho apelativo a ese sujeto, debido a que su tez era tan clara o más que ellos.
Una noche, uno de los soldados se encontraba esperando a que Sánchez le regresara el saludo. Sin embargo, el único sonido que pudo escuchar fue el viento.
Cuando salieron los primeros rayos del sol, un destacamento se dirigió hasta la garita del militar, en donde asombrados todos los hombres que fueron en la expedición vieron que en la torre no había nadie.
Únicamente hallaron el fusil, su uniforme sin ni un solo rasguño y su cartuchera. La gente de la ciudad empezó a decir que el Diablo se lo había llevado al infierno.
Otra versión de esta misma leyenda, nos dice que no hubo ninguna intervención del demonio, sino que fue decisión del propio Sánchez el desertar del ejército, puesto que quería casarse con una bella joven de nombre Diana, aunque ciertamente a nosotros nos gusta más la historia de terror que te contamos anteriormente.

Leyenda de la llorona del puente Las Calabazas


Esta historia ha formado parte del imaginario colectivo puertorriqueño durante décadas. De acuerdo a lo que me contó un camarada, quienes transitan por la localidad de Coamo, deben tener muchísimo cuidado al llegar al puente Las Calabazas, puesto que en ese sitio se les aparece una mujer a los automovilistas.
No importa si estos son chóferes del transporte público o bien gente que va transitando por las calles en su carro particular. Cualquiera que sea el caso, el espectro se para en medio de la carretera y les dice que la lleven a algún sitio.
Si no aceptan, es probable que a los pocos kilómetros se les ponche un neumático. Sin embargo, en el caso de que decidan subirla a su auto, de inmediato la bella mujer se transforma en una criatura horrible quien comienza a llorar de manera desconsolada.
El sonido de su llanto, hace que los hombres pierdan la concentración y se estrellen al cruzar el puente de Las Calabazas. Hay quienes afirman que se trata ni más ni menos que de la Llorona, una mujer que busca desesperadamente a su hijo extraviado.

La leyenda del Jacho Centeno

La leyenda del Jacho Centeno
Uno de los personajes que aparece en la gran mayoría de las historias que cuentan los abuelos nacidos en Puerto Rico es la del Jacho Centeno. Se trata de un hombre que fue campesino y que vivió cerca de Orocovis durante la primera mitad del siglo XX.
Por las tardes, se le podía ver pescando, ya que precisamente con esa actividad, lograba darle el sustento tanto a su esposa como a sus hijos. Un día en el que regresó a altas horas de la noche a su casa, el hombre encendió un hacho (quizás en algunas regiones de la isla observes que la gente lo escribe como «jacho») para alumbrar su camino.
Para aquellos que aún no lo sepan, los hachos son manojos de paja que tienen la función de alumbrar, tal y como si se tratara de una linterna. Lo malo es que la antorcha se apagó antes de que el sujeto pudiera llegar a su morada.
Entre sus pertenencias, este personaje traía una cruz de madera, a modo de amuleto sagrado. Sin embargo, desesperado por no poder ver nada en la oscuridad de la noche, cogió el último cerillo que le quedaba y prendió la cruz.
Días más tarde, el hombre enfermo de gravedad y murió. La gente dice que su alma fue condenada a volver a la tierra a buscar las cenizas de la cruz que había quemado.
Se cree que este ente sólo logrará alcanzar el descanso eterno cuando junte todos los restos de aquella reliquia sagrada. Y tú… ¿Crees en fantasmas?

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